Hay palabras que tienen una carga especialmente negativa para la mayoría de nosotros. Por ejemplo: víctima, resignación, problema, queja, agresión. Otras palabras, por el contrario, tienen carga positiva: armonía, plenitud, paz, confianza, generosidad, equilibrio y tantas otras.
La palabra conflicto es de las primeras. Nos parece una palabra negativa que conectamos fácilmente con otras igualmente negativas como problema, ruptura, confrontación, enfrentamiento, desconfianza, crisis… La mayoría de nosotros estará de acuerdo con la idea de que el conflicto es algo malo, negativo. Algo que debemos aprender a evitar.
En el lado opuesto del conflicto encontramos la armonía, que es una palabra de carga positiva que a su vez podemos asociar a otras palabras como equilibrio, confianza, cercanía, fluidez y tantas otras. Estas palabras nos resultan mucho más interesantes y nos gustan más. Así es que si queremos atraerlas y tenerlas presentes en nuestras vidas, tendremos que desarrollar estrategias como aprender a ser más diplomáticos, cuidar nuestras palabras, etc.
Y esto está muy bien… hasta cierto punto. Porque lo que muchas veces encontramos es que somos capaces de hacer casi cualquier cosa por evitar el conflicto. He visto muchos equipos atascados, muchas relaciones que terminan por romperse, por huir del conflicto.
Con el conflicto nos ocurre que, cuanto más queremos evitarlo, más lo provocamos.
Los clientes de coaching traen este tema a menudo a las sesiones:
“Necesito ayuda con este tema, pero no me atrevo a pedírselo por no molestar”
“Me molestó, pero no le dije nada, para no ir a mayores«
Así aprendemos a callarnos y dejamos de decir lo que pensamos, lo que necesitamos o cómo nos sentimos. Elegimos dejar pasar el tema y no abordar algo que nos molesta o que nos duele. Dejamos de hacer peticiones y reclamos. Aprendemos a poner una falsa sonrisa allí donde en realidad hay dolor o enfado. Desarrollamos estrategias de manipulación para evitar ir de frente y conseguir lo que queremos sin tener que discutirlo. Si lo pensamos bien, en nombre de la armonía, somos capaces de renunciar a nuestra autenticidad, a nuestras necesidades, a nuestros principios y valores. En suma, para evitar el conflicto, elegimos renunciar a nosotros mismos.
Y aquí pagamos un alto precio, porque esta renuncia a nosotros mismos, con el tiempo y con la repetición acaba por convertirse en un hábito, en una respuesta automática que poco a poco nos va limitando y reduciendo nuestras posibilidades de respuesta. En definitiva, nos quita libertad.
Lo ideal sería poder elegir si afrontar o no un conflicto en un momento determinado, poder escoger callarnos, porque es la mejor opción posible dadas las circunstancias. Pero cuando la respuesta se automatiza, ya no podemos elegir. Simplemente respondemos una y otra vez de manera mecánica, sin pensarlo, en un continuo de acción-reacción del que muchas veces no nos damos ni cuenta.
Al no darnos la posibilidad de afrontar el conflicto, nos negamos la posibilidad de resolver, no podemos reparar y esto va a tener un efecto sutil, muchas veces inconsciente, de buscar maneras de recuperar un cierto equilibrio. Suelen ser pequeñas agresiones verbales o ciertos gestos, dinámicas o reacciones.
De esta manera, el conflicto, lejos de evaporarse, se instala y pasa a formar parte de la relación. A veces las personas que están involucradas no se dan cuenta, pero desde fuera se puede percibir con claridad, aunque nadie hable de ello.
Las relaciones crecen y fructifican cuando sabemos gestionar los conflictos, cuando encontramos la manera adecuada de poder expresar todas esas conversaciones que evitamos temer por miedo al conflicto. Cuando nos damos la oportunidad de “limpiar” todo aquello que necesita ser limpiado. Cuando podemos establecer acuerdos para cuidar y desarrollar la relación.
Y al contrario, las relaciones languidecen y se enfrían cuando nos instalamos en una falsa armonía, cuando evitamos ciertas conversaciones o dejamos de expresarnos de manera completa, cuando empezamos a hacer “recortes” en nuestra comunicación para no molestar, para no generar conflicto.
Dicho de otra manera, la calidad de nuestras relaciones está directamente relacionada con nuestra capacidad para gestionar los conflictos.
También podemos mirar el conflicto como algo que nos reta, como un desafío. A todos nos encanta sentirnos cómodos en una relación que fluye en armonía, pero cuando surge el conflicto es cuando verdaderamente aparece una oportunidad de aprendizaje y de crecimiento, tanto a nivel individual como a nivel de la relación.
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