Máximo Kirchner criticó la claudicación de Fernández ante Pfizer y el FMI. Fernández lo refutó. El kirchnerismo toma distancia de su propio gobierno y se presenta como una segunda oposición.
A medida que se acerca la fatídica hora de las urnas y la situación no mejora para el oficialismo, el escenario político se vuelve cada vez más surrealista, especialmente en materia de roles.
El fracaso de Alberto Fernández ha llevado a la vice a acentuar su posición crítica con dos consecuencias: debilitar a un presidente ya muy golpeado y agregar incertidumbre sobre futuro inmediato.
Esta situación quedó expuesta por un episodio típico de gobiernos arrinconados. Santiago Cafiero aseguró que no habrá devaluación «ni antes ni después de las elecciones», pero con resultado nulo. Siguió la presión sobre el «blue», porque su credibilidad es inexistente. A pesar de cepos y restricciones el BCRA tuvo que vender reservas.
En realidad el Gobierno tiene mucho más que un problema de credibilidad y de pérdida de apoyo político. Para ganar las elecciones Cristina Fernández cree que hay que alentar el consumo con emisión. Resultado: la base monetaria en junio creció más del 5%. Que esa decisión no vaya a presionar sobre el tipo de cambio sólo puede creerlo Fernanda Vallejos. No importa lo que diga Cafiero.
En un marco en el que las encuestas le avisan que podría perder en la provincia de Buenos Aires, Máximo Kirchner desde su banca en el Congreso fulminó el retroceso de Alberto Fernández ante Pfizer. La economía está parada y la pobreza arrasa, pero ceder banderas ideológicas le parece inaceptable. En su opinión, el Presidente no debió someterse a los «caprichos» de un representante por antonomasia del detestado capitalismo norteamericano.
Dos días después el Presidente le contestó que no iba a claudicar, con lo que empeoró la situación. Quedó en evidencia que no hay diálogo entre ellos; que se mandan mensajes por los medios. Un alarmante signo de descomposición.
El hijo de la vice no sólo criticó al Gobierno con palabras. Fernández tuvo que dar marcha atrás por DNU, porque el bloque que en teoría le responde se negó a debatir la cuestión en Diputados. La negativa no fue para impedir que la oposición se anotara otro triunfo como el de la reapertura de las aulas, sino para que Fernández se hiciera cargo de lo que el jefe camporista considera una defección.
Otro tanto ocurrió con las declaraciones sobre el FMI mientras Martín Guzmán seguía cortejando a Kristalina Georgieva. El ministro de Economía quedó a esta altura reducido a un negociador de la deuda sin poder para negociar la deuda. Más surrealista, imposible.
Conclusión: el gobierno de Fernández se está volviendo inoperable a toda velocidad. Con saludable prudencia el Presidente ha reducido sus intervenciones después de la histórica metida de pata sobre los brasileños que vienen de la selva. Pero ese discreto paso al costado no es solución. Debe recuperar su autoridad, pero no con palabras, sino con hechos.
Entretanto la vice aumenta su protagonismo desde el Congreso. Máximo Kirchner tomó la iniciativa hace ya tiempo con el «impuesto a los ricos», el alivio para los asalariados del impuesto a las Ganancias, el castigo a las provincias no K como Córdoba y Santa Fe mediante la ley de biocombustibles, la reforma de bienes personales, etcétera.
Hay un gobierno en la Casa Rosada y otro en el Congreso. El primero traga sapos por DNU, mientras el segundo aprueba proyectos con finalidad electoral. Lo que no logró hasta ahora esa mayoría K en las dos Cámaras es aprobar los proyectos de copamiento de la Justicia, por la oposición de un sector del peronismo.
Esta doble identidad K de oficialismo y oposición ha vuelto por completo atípica la campaña. Desde el sector de la vice disparan contra dos blancos: Fernández y la oposición institucional.
En esta etapa de «fuego a discreción» que trasmite una imagen caótica y desesperanzadora del sistema político el segundo de Axel Kicillof, Carlos Bianco, acusó a Juntos por el Cambio de «odiar al país» y comparó a la coalición opositora con el nazismo. Lo dijo de la misma oposición que intenta liderar Horacio Rodríguez Larreta y que se exhibía junto a Fernández hasta hace poco como símbolo de diálogo y convivencia.
La furibunda reacción de Bianco no obedeció sólo a la complicada situación electoral, sino también a la aparición de un nuevo ítem que gana lugar en la agenda de campaña: el éxodo de argentinos. Las expectativas negativas sobre el futuro del país han crecido de manera vertical en los últimos meses con un fuerte impacto sobre los jóvenes que se están alejando del kirchnerismo (ver Visto y Oído).
Esa novedad prendió una luz roja en el tablero de la vice, pero no se arregla con más planes, ni acusando de nazis a los macristas, ni jugando el papel de oficialista/opositor. Es un problema para el que el manual K no tiene solución.
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