La campaña K reproduce el caos de la gestión. Le habla sólo a los propios e intenta subir a Macri al escenario, pero no le sale. Como la peor herencia es la propia, se aleja del Presidente.
El miércoles, la Argentina cruzó la línea de los 100 mil muertos por covid y el jueves el Indec anunció oficialmente que la inflación de junio había sido del 3,2%, la interanual del 50,2% y la del primer semestre del 25,3%.
Ese es el fracaso sanitario y económico del gobierno de los Fernández puesto en números. Es el producto de la falta de plan, de la improvisación, de las decisiones equivocadas, de las marchas y contramarchas.
Para peor estas cifras adversas se dan cuando faltan sólo 56 días para votar. Por eso en el Gobierno hay alarma sobre cómo serán reflejadas por el resultado electoral.
¿Cómo reacciona el oficialismo ante este peligro? Con una campaña tan improvisada y falta de coherencia como la gestión.
En primer lugar parece haber dado por perdido al electorado oscilante que lo ayudó a juntar el 48% dos años atrás. Le habla a los propios con un discurso divorciado de la realidad que no atrae nuevos votantes.
Cristina Kirchner se desgañita ante las cámaras contra el procesamiento por el pacto con Irán, mientras en el conurbano la pobreza infantil llega al 70%. Vive en su mundo de intereses personales entendibles, pero que sólo puede tener algún eco entre sus votantes más obstinados.
Según encuestadores que trabajan habitualmente para el peronismo, los votos perdidos a esta altura por el oficialismo respecto de 2019 están en un nivel crítico (ver Visto y Oído). En la provincia de Buenos Aires, bastión de la vice, la gestión de Axel Kicillof tiene más imagen negativa que la de Fernández.
Por esa razón el kirchnerismo intenta volver al escenario de 2019, ignorando tanto el aumento de la pobreza, como la destrucción económica que causó con una cuarentena demasiado prolongada y las posteriores restricciones. Con ese objetivo pretende subir al escenario a Mauricio Macri que cedió el protagonismo a Horacio Rodríguez Larreta y se limita a responder por las redes las acusaciones.
El primer intento de la vice fue a través de Carlos Zannini en la causa del Correo Argentino. Una maniobra judicialmente indigerible y un asunto de escaso interés para el grueso del electorado. Resultado: a los pocos días se diluyó.
Pero el kirchnerismo no se desalienta fácil. El miércoles pasado montó un operativo en los medios oficiales y paraoficiales con una denuncia de contrabando de gas lacrimógeno a Bolivia para correr de foco la noticia de los 100 mil muertos. Resultado: nulo. Todas las tapas con los muertos.
Al día siguiente continuó martillando y logró que la causa se abriese en tribunales, pero el límite de esa maniobra es el de siempre: sólo puede interesarle a la propia feligresía. Los votantes independientes o neutrales no derramarán una lágrima por Evo Morales. Tampoco por la tiranía cubana, dicho sea de paso.
Por último, hasta problemas conyugales le atribuyeron al ex presidente por las redes. Una campaña al voleo.
Otro rasgo central de la campaña es la toma de distancia del Presidente. La vice no sólo le volteó varios funcionarios, sino que sus seguidores ya le apuntan directamente al jefe de Estado.
Después de que Máximo Kirchner se quejara en Diputados de que había cedido a los «caprichos» de los laboratorios norteamericanos, el jueves último, en el Senado, Mariano Recalde votó a favor bajo protesta el DNU que modificó la ley de vacunas. Dijo que «no le agradaba» votar bajo la presión de un laboratorio extranjero. Que critique al Presidente el hijo de la vice es grave; que lo haga un legislador de cuarta fila es una muestra alarmante de pérdida de autoridad.
Hacia el fin de semana la vice utilizó una arenga judicial en el proceso por el pacto con Irán con un doble propósito: presentarse como víctima de una presunta persecución macrista y reubicarse en el centro de la campaña. Más discursos para los propios, más intentos de confrontación con el ex presidente, más de lo mismo con una repercusión limitada.
En síntesis, si el oficialismo sigue siendo competitivo no es por la calidad de la gestión, ni por la insólita campaña que esconde al Presidente y quiere hacer retroceder el almanaque como si Alberto Fernández no existiese. Es porque la oposición no puede trasmitir el mensaje de un futuro mejor, una propuesta de cambio. Es mucho más que una formalidad que la alianza opositora haya reemplazado su nombre en la provincia de Juntos por el Cambio por simplemente Juntos.
El alejamiento de Mauricio Macri y su sustitución por un partidario de pactar con el peronismo como Rodríguez Larreta contribuye a que los votantes no encuentren una propuesta alternativa clara al actual régimen bifronte en el que el presidente del «diálogo» se esfumó y fue reemplazado por el kirchnerismo más confrontativo en medio de una crisis que ya superó en gravedad a la de 2001 y no tiene salida a la vista.
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